Simbología
Uno de los aspectos más llamativos de la francmasonería son sus símbolos. Aunque los masones se valgan de un simbolismo amplio y concreto, eso no es en absoluto privativo de ellos. La presencia de símbolos relacionados con distintos grupos humanos es un denominador común desde los orígenes de la historia. Estas representaciones constituyen un indicio claro de desarrollo cultural y denotan la aspiración de los seres humanos por dotarse de métodos que hagan posible explicar y comunicar conceptos difíciles de expresar en términos simples.
Para la francmasonería, al igual que para otras comunidades humanas, los símbolos persiguen la finalidad de unir lo exterior con lo interior. El símbolo pretende abrir una vía a la profundización de la propia existencia, invitando a la reflexión y a la adaptación subjetiva de sus significados. Significados que no son, en ningún caso, completos y acabados. Cada persona ha de interiorizarlos según su personalidad y según su conciencia en un tiempo preciso. Cabe señalar que cualquier representación simbólica adquiere significados distintos, incluso para la misma persona, en función de sus propias circunstancias. De ahí que la dimensión simbólica adquiera una misión metodológica en el seno de la masonería.
Los símbolos masónicos específicos son ampliamente conocidos. La escuadra y el compás, la plomada, el nivel, etc., provienen en su mayoría del gremio de los antiguos constructores. Sus significados han cambiado a la vez que la masonería ha evolucionado de la masonería operativa a la especulativa. Al igual que los constructores usaban sus herramientas para la edificación del templo, ahora esas mismas herramientas y símbolos son utilizados especulativamente como método para la autoconstrucción. El masón maneja sus utensilios para esculpirse, tallarse y pulirse. Aspira con ello al crecimiento personal recurriendo a la metáfora de la “piedra bruta”. El hombre o mujer masón es en su origen una piedra bruta, repleta de aristas y deformidades que, gracias al trabajo que debe realizar sobre ella, debe convertir en una “piedra cúbica”.
Este noble anhelo de esculpirse, inherente a la condición masónica (pero no sólo propia de los masones), desea cubrir dos misiones. Una es intentar un perfeccionamiento personal logrando ser un hombre o una mujer mejor (piedra cúbica). Otra es servir, como piedra cúbica, para encajar mejor en la construcción del templo metafísico que es la Humanidad. El templo de la masonería especulativa es, como se ve, simbólico: es el propio hombre o mujer y, simultáneamente y por extensión la Humanidad.
La clara vocación polisémica de los símbolos encierra otra vertiente muy importante para el método masónico. Todo significado subjetivo que cada cual pueda darle a un símbolo, catapulta una nueva visión sobre uno mismo y sobre los demás. Esta visión, en la medida que es personal, enlaza también con el llamado “secreto masónico” al ser íntima y, muchas veces, válida únicamente para el sujeto.