Hace muchos años
Hace muchos años apareció sorpresivamente en mi bandeja de entrada un email anónimo. Con aquel email se me invitaba a pensar si deseaba pertenecer a la masonería. Unas simples líneas bastaron para situarme frente a una enorme cantidad de información sobre masonería que circula por internet. Hasta ese momento, la idea que subyacía estaba impregnada de tópicos y leyendas. La masonería, para mí, no era más que una imagen vaga y lejana de algo desconocido y misterioso. Constituía uno de esos asuntos inexplorados, de cuya identidad se desconoce todo y que, sin embargo, generaba un prejuicio.
El remitente del email era anónimo, pero el destinatario me era muy conocido. No entendía, entonces, cómo era posible que alguien pudiera pensar que mi perfil tuviera encaje en un mundo que yo creía oculto, oscuro y maléfico. Algo no encajaba bien. O el remitente se estaba equivocando de persona, o era yo el que tenía una idea equivocada. Se me planteaban dos opciones; una era ponerme a desmentir la opinión que se suponía tenía de mí el enigmático autor de ese correo, y la otra consistía en ponerme a comprobar si mi idea de la masonería era prejuiciosa.
En internet abundan opiniones para todos los gustos (en las librerías no ocurre algo muy distinto). La balumba de información y de textos es densísima e inabarcable; pero hubo algo que estimuló aún más mi inquietud de seguir buscando. Ese “algo” fue descubrir que personas a las que admiraba habían pertenecido a la masonería. Personas de una talla humana indiscutible y de reconocido mérito en todos los ámbitos. Basta citar a Clara Campoamor, Ramón y Cajal o Machado en España, y fuera de ella a Oscar Wilde, Mozart o Fleming para suscitar una interrogante con suficiente fundamento.
Al hallazgo de estas personalidades sumé otro de igual o mayor calado, si cabe, que consistió en comprobar los vínculos que la masonería había tenido con acontecimientos históricos de enorme valor humanista, como son: la fundación de la Cruz Roja o la ONU, en el ámbito internacional, o la Constitución de Cádiz (La Pepa) en España. Todo esto fue sorpresivo y estimulante para detenerme un poco a indagar sobre los principios y valores que pudieran estar tras La Institución Masónica.
Por suerte, la masonería había creado ya portales y ventanas a la sociedad a través de páginas webs, publicaciones propias o actos públicos donde hablaba de sí misma. Y, aunque en principio, no esperaba encontrar manifestaciones contrarias a sí misma, acudir a la fuente era importante. Esgrimía como valores propios la tolerancia y respeto mutuo, la libertad, la igualdad, la fraternidad, el libre pensamiento, el perfeccionamiento personal y de la humanidad, etc… Pero esto mismo, pensé, lo he escuchado ya en multitud de sitios y formulado por muchas, sino todas, las organizaciones o comunidades.
No obstante, una cualidad la hacía, a mi juicio, distinta de las demás, y esta característica era su capacidad para reunir a hombres y mujeres que aglutinaban dentro de una misma inquietud su aspiración por encontrar un método para perfeccionarse, su amor por el conocimiento y por el espíritu crítico, su anhelo por buscar la Verdad junto a otras personas con visiones diferentes, su deseo de poner al servicio de la sociedad y de la Humanidad todo su trabajo, su esperanza de alcanzar una espiritualidad basada en la Razón y en el Hombre.
Me llevó tiempo, pero decidí unirme a un grupo de hombres y mujeres que hablaran el mismo idioma que yo. Hoy estoy agradecido a un anónimo, sobre todo, porque sé lo difícil que es luchar contra un tópico o un prejuicio; “más fácil es desintegrar un átomo” (Einstein).
Hace más de 30 años
Hace más de 30 años que soy francmasón. Todavía recuerdo a la perfección mi estado de ánimo --como usted ahora--, y las preguntas que me hacía sobre lo bien fundado del paso que me disponía a dar.
En aquel entonces sabía muy poco sobre la francmasonería ; en los medios populares se asimilaba a menudo –sin conocimiento real alguno--, a una organización secreta relacionada de alguna manera con el diablo y sus servidores. Vieja caricatura difundida a porfía por la iglesia católica que inculcaba así prejuicios a sus fieles.
Curioso por naturaleza y sobre todo, interesado en una búsqueda de la verdad, aquellos esquemas me parecían demasiado simplistas para ser reales. Leí, pues, un libro « Los hijos de la luz », escrito por un autor que no era francmasón, Roger Peyrefitte, y parecía conocer bien esta organización. Me entusiasmó en todo lo que revelaba respecto a la libertad de conciencia, el enfoque sobre perfeccionamiento personal y su carácter altruista a la vez.
Me fascinaban esas personas que no pretendían saberlo todo sino que proponían sencillamente una búsqueda permanente acerca del hombre y de la sociedad. Conocí entonces a varios francmasones que me enseñaron los rudimentos filosóficos y morales de la francmasonería. Uno de ellos sería más tarde mi padrino, quien después me presentó a su logia. Lo recordaré siempre como el primero que me tendió la mano para ayudarme a progresar en mi búsqueda personal ; comprendí enseguida, al poco de mi admisión, que el símbolo de la mano tendida, de la mano que socorre y sostiene, no es otra cosa que una de las reglas fundamentales de la francmasonería : la solidaridad.
Debo decir que el aprendizaje de la libertad absoluta de palabra y de conciencia fue para mí una revelación ; por fin aprendía a escuchar al otro ; por fin sabía que sería escuchado sin interrupción ; por fin gozaba del estatus de hombre libre en un entorno tolerante y abierto a toda discusión. Sin tabúes, sin dogmas. La fraternidad y la libre expresión del individuo aplicadas a todos en nuestras reuniones me abría horizontes de paz y serenidad desconocidos para mí. Mi vida personal y profesional mejoraron profundamente en cuanto a la relación hacia los otros.
Y ahora, en un mundo cada día más cruel e injusto, la reflexión masónica interna me da argumentos y motivos para participar más activamente en los asuntos de la vida ciudadana y política, sobre todo en terminos de reducción de las desigualdades sociales. Pienso que la lucha por un mundo mejor puede nacer en una logia masónica.
Tengo 42 años y hace 12 que soy francmasón
Tengo 42 años y hace 12 que soy francmasón. Nunca pensé en serlo hasta que el azar de la vida puso en mi camino profesional un masón que sería más tarde mi padrino. A merced de nuestras conversaciones diarias sobre diversos temas, él me dijo que me imaginaba muy bien formando parte de un grupo de gente. Sin decir nada más, despertó mi curiosidad y me decidí a pedir más información. Me emocionó mucho cuando supe que se trataba de la francmasonería.
Cuando me aceptaron, rápidamente entendí por qué había sido elegido. Los valores defendidos por los masones eran también los míos sin saberlo.
La capacidad de escuchar, la tolerancia, la curiosidad, el diálogo, la igualdad entre hombres y mujeres frente a sus derechos, la libertad de expresión, el respeto por los demás. Había encontrado un lugar donde por fin me sentía entre personas que defienden mis puntos de vistas en la vida.
En mis primeros años de aprendizaje, aprecié especialmente poder escuchar discusiones y debates intensos con varias intervenciones me me permitían desarrollarme y enriquecerme. Además la relación entre los hermanos, la complicidad y el respeto me hizo comprender inmediatamente lo que significa la palabra Fraternidad. Aprender a respetar a pesar de nuestras diferencias o nuestros opiniones distintas, es una gran fuerza que une a los miembros entre ellos.
La libertad de pensamiento tiene su fuerza en el concepto de la Laicidad. Es muy importante, dejar la elección y tener la libertad de practicar o no cualquier religión sin que el estado o alguien lo imponga. Para mí eso se refleja también en la escuela laica, donde todos los niños aun siendo diferentes, se encuentran en el mismo nivel, se les trata con igualdad, siendo ésta la base de aprendizaje de las diferencias. El hecho de compartir actividades nos libera de nuestros prejuicios o del miedo a lo diferente, a los demás. No debemos olvidar que los hombres y las mujeres viven en la Tierra que forma parte de un universo que parece por el momento de magnitud infinita.